He dejado mi ventana abierta para que entre la brisa. Ahora sólo queda esperar. Afuera todo está tranquilo, las ramas de los árboles se mantienen estáticas, colgando indiferentes a esta inquietud que no me puedo sacudir de encima. Los animales diurnos ya hace tiempo que duermen arropados por un espectacular manto de estrellas, mientras los gatos realizan su ronda nocturna.
La luna se asoma a medias y riega una claridad que disputa el terreno a las sombras de los árboles. Entre el follaje alcanzo a ver un ejército de luciérnagas levitando sin objetivo aparente, salvo el de adornar la noche con la brillantez intermitente de sus cuerpos.
Estoy solo, inmerso en el atronador silencio de la noche, esperando pacientemente por el menor indicio de movimiento de las palmeras, pero parece que esta noche la espera será larga. Mientras espero, me entretengo observando las sombras móviles de los murciélagos que andan a la caza de algún insecto volador.
De repente un sonido llama mi atención. Contengo la respiración para identificar el origen de ese leve roce que parece flotar en el ambiente. Me parece que... sí, estoy seguro... se trata de un ligero murmullo proveniente de la vegetación. Sin embargo, las ramas de los árboles permanecen inmóviles. Entonces busco a ras del suelo y descubro la causa de mi excitación, una familia de conejos se mueve lentamente entre el pasto crecido. Alcanzo a contar dos adultos y tres crías antes de que el grupo desaparezca detrás de la cortina de pasto.
Decido salir al exterior por la puerta trasera, pero a medio camino cambio de opinión. Esta noche necesito una brisa alta, así que doy vuelta sobre mis pasos y me dirijo hacia las escaleras que conducen a la parte alta de la casa. En el exterior me recibe la frescura del ambiente. No debe tardar, me digo buscando tranquilizarme a mí mismo.
Desde la altura del tercer piso alcanzo a distinguir las montañas que a lo lejos rodean el valle. Definitivamente es una brisa alta la que necesito, si es que espero salvar ese obstáculo. Dirijo mi vista hacia el oriente y mis ojos se inundan con las luces de la ciudad,. Luces para iluminar el camino de los clientes cotidianos de los bares. Luces alejadas de los oscuros lugares que habitualmente visitan los enamorados. Luces que intentan, sin conseguirlo, sustituir al Sol y nos proporcionan un día artificial incrustado en pleno corazón de la noche…
Yo no necesito luces esta noche. Las estrellas serán mi guía…
El tiempo pasa como un suspiro y finalmente veo las ramas de las palmeras oscilar al compás de un incipiente viento nocturno del Oeste. Sin poder explicarlo, me doy cuenta que es viejo conocido mío, pues hemos sido compañeros de muchos viajes sin destino definido. Pero esta noche no vagaremos sin rumbo. Esta noche tengo destino y le quiero pedir un favor.
Me escucha con atención y sonríe asintiendo. Yo abro mis brazos y me lanzo al vacío, pero el viento me recoge suavemente y en lugar de caer me empiezo a elevar. Pronto ganamos altura. El viento es fresco, pues viene de las montañas y a las montañas se dirige. Miro hacia abajo mientras recorremos rápidamente el valle en dirección de la cordillera oriental, y alcanzo a distinguir el oleaje de los cañaverales que oscilan con una cadencia sensual.
El paisaje cambia rápidamente y se torna rocoso. Estamos en terreno montañoso y el viento remonta con fuerza para librar los picos mayores. Desde la altura disfruto de una vista espectacular. Cada detalle de las montañas se me revela familiar, como si las cicatrices del planeta fueran cicatrices de mi propio cuerpo de tan conocidas. El viento me lleva entre cañones y riscos con velocidad de vértigo. Alcanzo a ver en la lejanía una familia de ciervos que al acercarnos se remueve inquieta sin saber la razón. Captan una presencia extraña pero no identifican dónde ni qué. Conforme me alejo regresan a la normalidad y casi sin darme cuenta me sorprendo de ver la primera etapa de mi viaje concluida.
El viento del Oeste me desea buena suerte mientras me deja en manos de la Brisa Marina. Después de un rápido intercambio de saludos, ésta me pide direcciones. Yo señalo hacia la constelación adecuada y la brisa se da vuelta con rapidez, adentrándose en el océano para seguir el rumbo indicado.
Avanzamos rápidamente mientras la brisa me cuenta historias de aves y peces. Es una brisa cálida y me siento reconfortado en su compañía, porque además tiene calidez en su forma de hablar y su voz penetra en mis oídos como un susurro. El paisaje sobre la superficie ahora parece plano, pero me doy cuenta de que es sólo una ilusión, pues alcanzo a distinguir la espuma que brota de las olas.
De repente, unos peces voladores saltan sobre la superficie y se clavan en el agua como saetas. Cómo quisiera unirme a sus juegos bajo la luz de la luna... pero hoy no, otra vez será.
En tiempo de nada, cruzamos el mar. Desde las alturas finalmente distingo mi destino y a una señal mía la brisa me deja ir. Yo planeo suavemente acompañado por aves marinas que me miran con curiosidad y me adentro en tierra firme explorando la ciudad mientras me desplazo rápidamente sobre las construcciones. A pesar de que el panorama no me es familiar, algo desconocido parece estarme guiando, pues en todo momento sé hacia dónde dirigirme.
Esa guía invisible me lleva rápida e inevitablemente hasta tu ventana. Explorando cuidadosamente, descubro una pequeña rendija, tan pequeña que parecería imposible pasar por ahí. Pero sin poder explicar cómo, y sin que me importe explicarlo tampoco, me cuelo por esa rendija hasta el agradable calor de tu habitación. Adentro reina también la oscuridad de la noche, pero tu presencia hace que las sombras le den la espalda a esa pálida y serena claridad que te rodea.
Me acerco lentamente intentando no hacer ruido. No es mi intención despertarte, pero internamente me presientes… sabes que estoy aquí. En silencio aspiro la dulzura de tu aroma y aprecio la sensualidad de los contornos de tu cuerpo. Cuántos misterios hay en ti, misterios que llaman, que llaman a descubrir… pero la llamada no es para mí.
Y sin embargo estoy aquí, y un impulso que no puedo refrenar me hace acercarme a ti. Alcanzo con mi mano hasta que mis dedos rozan la suavidad de tu piel. De repente una descarga eléctrica me recorre el cuerpo entero y un espasmo involuntario me hace despertar. Me incorporo en la oscuridad de mi habitación y por un momento no atino a comprender. Las imágenes se suceden una a una, como una colección de fotografías. Lentamente tomo conciencia de donde estoy y finalmente comprendo…. todo fue un sueño… un sueño muy vívido... casi real... pero sueño al fin.
Medito sobre la experiencia onírica, y con facilidad recupero las sensaciones que experimenté… las imágenes a través de mi ventana, la claridad de la luna, las luciérnagas y las estrellas, los sonidos de la noche, la frescura del viento de la montaña, la calidez de la brisa marina, los contornos de tu cuerpo, la dulzura de tu aroma, la suavidad de tu piel… todo fue un sueño, y los sueños no son reales, a pesar de que algo puedan significar… por eso sé muy dentro de mí que, al acariciar tu piel de ensueño, lo que realmente acariciaba era tu alma… y entonces me siento, de una forma que no puedo explicar, irremediablemente ligado a ti.