abril 28, 2005

Epitafio

La tenue luz de los cirios se derrama por la habitación. Navegan en ella las sombras de un puñado de personas que le conocieron sin haberle visto. Observando con atención a los presentes, decide descolgarse de su propia sombra, la cual parece haber perdido los deseos de seguirle los pasos.

Escucha voces que cuentan su historia y con atención observa cómo de cada conversación surgen palabras que se iluminan y elevan dejando tras de sí una estela de luz. Cada palabra una estrella fugaz, piensa para sí.

Las palabras se mezclan entre sí rápidamente formando telarañas de luz que oscilan juguetonas sobre suaves ráfagas de viento y se incorporan a la trama de constelaciones que cuelga del techo.

Se entretiene buscando formas conocidas entre las constelaciones, y descubre que cada una es un sueño, algunas veces compartido, otras veces solitario. Decidido, se pone el sombrero de explorador y se lanza a recorrer el universo contenido en cada sueño.

En apenas unos instantes, atraviesa bosques que despiden aromas de pino y enebro, planea de la mano del viento del oeste, inunda sus sentidos con el agua y la arena de playas distantes y bebe un sorbo del manantial que le dio vida, descubriendo sonriente que el manantial surge de unos labios suaves y cálidos.

Abandonando su universo onírico, regresa a la habitación, donde la cambiante luz de las conversaciones hace bailar a las sombras. Recuerda que la suya le ha abandonado y decide buscarla, pero la sombra se ha ido, no existe más.

Inquieto, se acerca a los demás para preguntarles por su sombra, pero junto con ella ha perdido su cuerpo y nadie parece darse cuenta de su presencia. Resignado, se retira a un rincón de la habitación para seguir observando.

Después de un rato, los presentes se ponen en movimiento y abandonan la habitación con un féretro a cuestas. Sin saber que pensar los sigue en silencio, decidiendo que no vale la pena decir nada si su voz no va a ser escuchada.

En la habitación contigua, el féretro es colocado a la entrada de un horno. El encargado asiente con la cabeza y espera discretamente a que se hagan los últimos preparativos. Después de compartir una mirada llena de mensajes y significados, los asistentes a la sencilla ceremonia le comunican que puede proceder.

Se abre la puerta del horno y el féretro avanza lentamente hacia el fuego mientras que él, el que ha perdido su sombra, observa hipnotizado el movimiento rítmico de las llamas. Sin poder resistirse, se desliza por la entrada del horno haciéndose uno con el fuego, gira en remolinos dentro del hogar y finalmente sale por la chimenea para dibujar su epitafio en el firmamento con una estela de luz:

En tus ojos encontré la luz
y en tus labios el origen del silencio,
oscuridad y silencio me envuelven
cuando no estás tú...

Y se fue a vagar montado en una estrella fugaz, buscando entre sus amadas constelaciones la luz brillante de una supernova, que a modo de faro, le indicara el camino a seguir.
Noctámbulo