abril 18, 2005

Una vereda circular...

Caminaba por la vereda de siempre. Esa vereda que no le llevaba a ninguna parte. Una vereda polvorienta que describía un círculo y que constituía una trampa de la cual no podía escapar, porque no tenía aliciente para salir de ella.

El paisaje a su alrededor carecía de atractivos y la jornada diaria en su vereda circular era monótona. Estaba atrapado en una vida rutinaria, en una existencia sin horizonte hacia el cual dirigir la mirada. Sus días estaban iluminados por una luz seca y sin colorido. Sus noches eran oscuras y desprovistas de estrellas. Por ello su mirada no levantaba vuelo y se arrastraba al parejo de sus pies cansados.

Sin esperanza de vivir algo distinto, el encuentro le tomó por sorpresa. La percibió entera en una explosión de sus sentidos. Sus días se adornaron con franjas multicolores y sus noches se iluminaron con la luz infinita de miríadas de estrellas. Con el cambio del paisaje, una sonrisa se instaló permanentemente en su rostro y su mirada pudo por fin remontar el vuelo con alas de arcoiris.

Atraído por su belleza interior, dio un paso fuera de la vereda para tomar su mano y con ello abandonó la trampa casi sin darse cuenta. Con ella siempre a su lado comenzó a explorar su nuevo entorno, disfrutando cada instante de su inesperada libertad. Vagaba sin restricción alguna reconociendo un mundo nuevo con posibilidades infinitas.

A partir de entonces atacó con la mirada la línea del horizonte rompiendo fronteras y límites. Los sueños empezaron a poblar su nuevo universo y fue capaz de recuperar memorias de vidas ancestrales a su lado. La conciencia de haberla conocido desde los inicios del tiempo anidó en su mente y le reconfortó eliminando la nostalgia acumulada por los siglos de ausencia.

De su mano recorrió sitios de encuentro olvidados y se entregó a ella sin reservas, disfrutando cada contacto con su piel, cada roce con sus labios, cada viaje al interior de su mirada. A su lado fue capaz de volar.

Pero el interior de su alma abrigaba la semilla de lo que finalmente fue su perdición. La tristeza acumulada por los siglos de su ausencia había lacerado su alma y el dolor de una existencia solitaria no desapareció por completo con el regreso de esa presencia que por fin le daba sentido a su vida.

No fue capaz de tolerar su breves periodos de ausencia. No fue capaz de percibir que esos momentos en solitario no eran momentos en soledad. No fue capaz de alimentarse de la luz que le rodeaba a pesar de no tenerla a su lado y la semilla de su tristeza encontró terreno fértil para crecer. Las ramas del dolor se le enredaron en los pies y le liaron las alas.

A su lado era capaz de volar, pero el peso de su tristeza le venció cuando necesitó volar en solitario. Cayó como un fardo luchando por liberarse de sus ataduras, hasta que finalmente pudo ponerse de pie una vez más... sólo para encontrarse en medio de una vereda circular llena de polvo...
Noctámbulo