marzo 04, 2005

Orugas

Caminaba lentamente desde siempre. Su memoria no tenía registro de que en alguna ocasión hubiera sido diferente. Laboraba entre ramas y hojas que debía procesar para incrementar el volumen de su cuerpo y esa era justamente su misión en la vida. Entre más engordaba, mayores se consideraban su logros personales y más reconocimiento le era otorgado por parte de los demás.

Sin embargo la vida era monótona y parecía no tener aliciente alguno para seguir adelante. Machacar hojas de forma continua era por demás tedioso y, siendo ésta su única actividad, su ánimo empezó a decaer. Los brillantes colores con los que adornaba su cuerpo de repente se apagaron y su cuerpo obeso dejó de ser atractivo, convirtiéndose en un receptáculo de desánimo y frustración.

Así que tomó la decisión de aislarse de las demás orugas y se refugió completamente en sí misma. Incluso llegó el momento en el que su depresión la llevó a aislarse físicamente del mundo exterior. Construyó un capullo de seda y se encerró dentro de él. No deseaba otra cosa que desaparecer. Nunca había logrado algo que realmente le diera satisfacción y pensó que, por otro lado, nadie la extrañaría. Así que lanzando una última mirada al exterior, cerró el último hueco del capullo y desapareció.

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La mariposa salió del refugio en el que había pasado las últimas semanas. Recordaba el tedio y la pesadez de la rutina a la que había estado sometida durante toda la vida, y no fue capaz de reconocerse diferente. Ejercitó sus alas pensando extrañada que no recordaba haberlas tenido con anterioridad y al fin echó a volar para explorar el mundo lleno de color de la campiña primaveral en la que se había convertido su universo.

Entretenida en observar la gama de colores, no se percató de la llegada de un ser asombroso. Tenía alas como las suyas, pero estaban adornadas de una gama de colores que capturaron su atención y ya no pudo apartar la vista de ella. Pensó para sí que nunca había visto criatura más hermosa en su vida y quiso acercarse a ella para conocerla mejor. Sin pensarlo dos veces se aproximó a ella y cuando estuvo a su lado, la hermosa criatura hizo una mueca de asombro, lo cual le hizo pensar que tal vez la había asustado con su apariencia obesa y descolorida. Pero al voltear a ver su cuerpo descubrió con asombro que sus alas estaban adornadas de hermosos colores también. Le sonrió tímidamente y aquella hermosa criatura le devolvió la sonrisa más maravillosa que hubiera conocido.

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Las mariposas recorrieron juntas la campiña gastando su sorbito de vida juntas. Se amaron con un amor intenso pero efímero, como efímera fue su existencia...

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Miles de instantes, después una mariposa recién salida de su capullo se encontró de improviso con otra de su especie. Le llamó la atención el patrón de colores de sus alas y se acercó tímidamente, pues aún creía ser la oruga gorda y descolorida que había sido antes de encerrarse en sí misma. Ella le recibió con la sonrisa más maravillosa que hubiera conocido y con esa sonrisa despertó recuerdos de tiempos ancestrales, tiempos en los que había conocido una criatura tan maravillosa como esa.

Mirando con más atención hacia su interior empezó a reconocerla, hasta que finalmente se dio cuenta que no le era extraña, sino que por el contrario, la había conocido desde los orígenes del tiempo. Recordó entonces innumerable ciclos de vida gris y tediosa buscando por ella sin saberlo hasta encontrarla invariablemente en cada ocasión. Y recordó también haberla amado cada vez con un amor intenso pero efímero... o tal vez no tan efímero...